
La mañana del sábado empezó muy temprano para Jenny y Javier. Se preparaban para una fecha cumbre
Con ayuda de su mamá y la asistencia de una estilista que contrataron para peinarla, Jenny abordaba todos los aspectos importantes para vestir adecuadamente para la ocasión. Javier hacía lo suyo aprovechando que el día anterior se había cortado el cabello por solicitud de Jenny. Los dos usaban las prendas y colores del Festival.




Los detalles y actos preparatorios no podían ser menores: sería la primera vez que ellos y su grupo de compañeros ciegos participan como músicos en un desfile de las tradicionales fiestas de Ibagué.
Con el afán que exige el imparable reloj hacia la hora acordada, los dos se reían en medio del afán y me contaban los pormenores de la presentación, la música, su relación, la familia y su vida.
Jenny Andréa Chavez tiene 34 años, es una comunicadora social sin la oportunidad de ejercer su profesión por falta de oportunidades. Se identifica como persona ciega. Era la encargada de tocar la tambora.
Javier Antonio tiene dos años menos que ella y cursó estudios musicales en varias instituciones. Trabaja en las calles interpretando música acorde a la época que dicte el calendario. Sabe tocar varios instrumentos. Era el encargado del redoblante.

Producto de su historia de amor, Celeste está presente en sus vidas desde hace cuatro años. Es su orgullo, el motor, su inspiración.
Su pequeña, al igual que ellos, no tiene visión.
Para esta pareja Celeste es todo. Hablan con mucho orgullo sobre sus excepcionales capacidades de aprendizaje. A pesar de no estudiar en un colegio tradicional, sus padres resaltan como ella sabe las capitales, los departamentos, hace operaciones matemáticas complejas para un niño de su edad y su destacada habilidad para expresarse.
Sin poder despedirnos de Celeste porque aún dormía, salimos tarde de casa. Un poco culpa mía por tomarme el tiempo para hacer este reportaje. Me sentí apenado con ellos por la importancia de cumplir con la hora citada por el maestro.


Como todos los artistas, fueron citados a las 8 a.m. Serían los últimos integrantes en llegar. Eran muy importantes para la papayera, porque además de ser los encargados de buena parte de la percusión, Javier llevaba una cabina de sonido y micrófonos para que una talentosa compañera cantara.
Era la primera vez que este grupo de personas ciegas saltaba al epicentro de un festival interpretando música folclórica. La emoción era evidente, los nervios desbordantes y la atención de los asistentes estaba fijada en cómo ellos asumían esta oportunidad única.
La agrupación musical estaba conformada por: varias personas ciegas y sus guías, conectados por una disimulada cuerda de colores, algunos participantes con poca visión, la profesora del Centro de Rehabilitación para Adultos Mayores Ciegos, el maestro de música y unos alumnos del Conservatorio conectados con la historia, encargados de acompañarlos con los instrumentos de viento.
Abría este grupo un verdadero bailarín, de esos que se aplauden de pie cuando dejan en el escenario su último paso. Él, sin visión pero con mucha pasión, bailaba al ritmo de la música con la profe Erika, también bailarina, vidente, pero de esas personas que ven más allá de lo superficial. Ve con el corazón, baila con el amor y dedica su tiempo a esta población por vocación.



El comandante de esta misión fue el maestro y doctor Jorge Enrique Rosas (doctor por su doctorado en educación, no por adulación). Durante cinco de sus ocho años como profesor en el Conservatorio del Tolima ha realizado procesos de pedagogías inclusivas con población sorda y ciega.
Esta iniciativa tiene como nombre Música para Ver. Es un programa a nivel nacional de Yamaha Musical, en el que se promueven procesos de pedagogía para la iniciación musical con población ciega. En Ibagué se desarrolla gracias a un convenio con el Conservatorio del Tolima y el Centro de Rehabilitación para Adultos Mayores Ciegos.



Cuando el maestro Rosas se refiere a ellos, resalta que: “su espíritu de vida y aprendizaje es increíble… Yo no lo he visto en ningún lado. Ellos tienen los pies bien puestos sobre la tierra y realmente reconocen el sentido de la vida.” Y es cierto: qué maravilloso es percibir la alegría orgánica, profunda, valiente; el sentido del humor sobre su propia realidad; la capacidad de adaptación y de resistencia.
Queda un largo camino en el que se debe hablar y actuar para la resignificación de todos ellos. Es imperante la necesidad de abrirles las puertas para trabajos de verdad, estables, rentables.


Qué bonito sería que Jenny consiguiera una oportunidad laboral como comunicadora social, que este grupo fuera contratado para participar en festivales y que todos ellos recibieran una compensación, que muchos más puedan ver a través de la música.

Qué bonito fuera que los que no tenemos excusas dejemos las excusas.